martes, 3 de mayo de 2011

“La clase de Literatura”

Recuerdo que en 4to ciclo llevé un curso llamado ACRILIO (Análisis Critíco Literario), como la mayoría de estudiantes e intento de ser estudiantes, consulto con los compañeros de un ciclo mayor al mío. Las respuestas son diversas, las separo en dos grupos: - Los Estudiantes   -Intento de ser Estudiantes, aquí surgen comentarios de peso y los que por falta de interés resultan precarios.
Desde los doce años despertó en mí, las ganas de relatar historias, escribir poemas, siempre de manera cautelosa, escondiendo mis apuntes para no caer en las miradas y sonrisas burlonas de quién lo leyera. Un par de años más tarde, ya en la Universidad, el docente le pide a Macarena que pase al frente a leer el relato de la chica que siempre llega tarde, la despreocupada, la despeinada (osea YO).
La materia consistía en escribir temas anécdoticos sobre: “¿Quién Soy?”, “Mi encuentro con la Universidad”, “Yo, los libros y la Literatura”, “¿Por qué elegí estudiar Ciencias de la Comunicación”;  los escritos reflejarían nuestra composición textual literaria. Cuando Macarena se acerca al profesor, observo desde lejos como él le entrega un cuaderno rojo, no tuve un grito ahogado, tampoco me exasperé y mucho menos me ruboricé, solo lancé un suspiro y con una mano toque mi cabeza. No me quedaba otra salida, tomé valor y empecé a escuchar la voz de mi amiga contando lo que escribí:
“Yo, los Libros y la Literatura”
Supongo que mi primer contacto con un libro fue antes que ingrese al jardín ¿Quién de Bebé no ha hecho berrinches por obtener lo que pide? Tal vez para sosegar mis gritos o simplemente lo tomé cuando cruzaba la etapa de la exploración de los objetos.
En primer año de primaria me presentaron a “Coquito”, a esa edad uno pensaba en lo llamativo de las imágenes, los colores, la diversidad en las páginas, palpar las hojas, las características más relevantes en nuestra etapa infantil: Pensar como niños.
Recuerdo como doblé las hojas de “Coquito”, mi madre me regañó muchas veces diciendo: “El cuidado de un libro u cuaderno deja mucho que pensar de la persona”. Mantengo esa postura, ese consejo y en la actualidad me gusta cubrirlos con Vinifan, que esten limpios, en conclusión, en buen estado.
En primaria, faltó motivación de algún profesor por fomentarnos el interés de acercarnos a la literatura; las historias o novelas la analizaban y reducían en dos o tres hojas, nos privaban de la riqueza de grandes escritores, sus pensamientos, sus ideales, su GRANDEZA. Yo sentí confusión ante su falta de apoyo por eso exploré en otras circustancias.
Por las tardes, después de terminar las tareas del colegio, mi madre nos llevaba a la casa de mi tía, jugábamos con mis primos, aunque ellos nos llevaban tres u cinco años de diferencia, la edad era lo de menos, el juego pesaba más.
En ocasiones mi prima no reunía con nosotros, los menores, los laberintosos, los gritones, los glotones y hasta cierto punto según mi criterio por su forma de observarnos, los odiosos. Cuando iba a buscarla, recorriendo su casa desde la sala, cuartos, la parte trasera de su jardín y no la encontraba, me resultó inquietante verla en su biblioteca con un libro en sus manos. Al principio no entendía porque hacía eso, pero cuando empleaba términos nuevos en los diálogos, comprendí que aquellas veces que la llamábamos efusivamente para salir a jugar, no fue tiempo pérdido.
Ya por la época de la secundaria, los profesores inician su labor académica, con frecuencia leer ciertas obras literarias, en especial en el curso de Literatura. Mi hermana no es simpatizante de los textos, yo intervine mucho en sus resumenes, empecé a contarle de la trama de las historias, armar su argumento y al final mi beneficio fue adquirir un poco de sabiduría, pequeñas golosinas conocidas como Toffe’s y figuritas de una niña rubia, pecosa de nombre Candy White Andrews.
Paco Yunque, me gusta por su simpleza, claridad en el texto, fácil de comprender para una niña de diez años. El listado de obras literarias crece con el pasar de los años, Cien años de Soledad, si lo lee un pequeño tendría un concepto desubicado al pensar que entre familia puede existir unión sexual. Ya siendo adolescente, maso menos en el 98, una película revolucionaba el cine peruano; y no por un guión asombroso u excelente interpretaciones, EL MORBO desenfrena  toda la atención pública para los actores, el escritor y la película.
A escondidas realizo mi lectura, la portada muestra el cuerpo de un hombre desnudo, en posición fetal, entonces, me repetí muchas veces: “Raffaella solo te queda decir, No se lo digas a Nadie”.

Mientras Macarena continuaba leyendo, yo sentía en mi interior que al culminar la lectura, el profesor agradecería su participación y lo peor mencionaría mi nombre para que sepan quién escribió el relato, en consecuencia, eso atraería la mirada de los demás compañeros de clase y me esperaba la burla, sus expresiones faciales de aburrimiento o lo peor, los aplausos por compromiso.
Llega el momento, el docente le pregunta a la lectora, de quién es el cuaderno rojo; pedir permiso para ir al baño me delataría, dijo en voz alta mi nombre, no me quería morir, solo quería ser SORDA en ese instante. Lo sorprendente fueron los halagos, la admiración del profesor hacia lo que escribí y al final pidió que me obsequiaran aplausos que los sentí sinceros, fue genial un poco de ello.
Pero hoy que reviso este material, me pregunto ¿Profesor, fueron tan sencillas las demás historias que la mía resultó ser la más rescatable? En fin u.u