Cuando la conocí tenía entre 9 a 10 años de edad, yo aún estaba en primaria, si bien jugaba con mis amigos del colegio y mis vecinos, no encajaba en un solo grupo, era una nómade, sentía que faltaba alguien para completar mi vida, deseaba el momento de su llegada. No recuerdo exactamente la fecha pero sí la manera en cómo se dieron las cosas, cuando ella llegó a casa, las emociones fueron entre sentirme extraña pero ilusionada hasta cierto punto diría encantada.
Lucrecia Colmenares de la Vega de las Altas Torres, apareció, con un porte de elegancia que jamás había visto, su piel clara y sus hermosos ojos verdes idénticos a las hojas de un árbol cuando brillan en primavera me dejaron deslumbrada ante su belleza, yo una simple chiquilla de cabello “honguito” porque mi señora Madre durante años me mantuvo así (ahora ya mayor, felizmente decido por Mí); pensaba qué diría ELLA de mis comunes ojos marrones claros, pero al menos me quedó observando mucho tiempo y eso significaba mucho.
Al principio se comentó que su visita resultaría provisional, sin embargo, la familia sintió empatía por su capacidad en cierta parte de “engatuzar” a cada integrante, si bien su edad cronológica me resultaba difícil de comprender en áquel entonces, lo único entendible era que ambas eramos pequeñas, bueno, ella más que Yo; nos gustaba jugar, correr y recostarnos en los muebles. Mi señor Padre no tenía mucha simpatía por ella, supongo fueron los constantes acercamientos que observaba entre mi adorada Lucrecia, conmigo. Será que nos vió un par de veces dandonos un beso, solo así me explico su malestar.
Conforme pasaron los días, semanas; se dió por hecho su estadía en mi hogar, mi felicidad tenía nombre y apellido Lucrecia Colmenares de la Vega de las Altas Torres, demasiado largo pero le encantaba cuando la llamabamos así. Desde ahí se convirtió en mi amiga, mi querida, mi eterna compañera; en el patio de mi casa siempre jugaba con mis primos o amistades (escondidas, rayuelo, volleyball, fútbol) presenciaba no tan cerca esos encuentros deportivos u ocio, yo me apartaba e iba a su lado; me di cuenta de mi necesidad de protegerla, me gustaba darle besitos en sus mejillas.
La hora de salida del colegio era 12:30 pm, cada vez que llegaba a casa, corría a buscarla, la encontraba en el patio tomando sol o en la cocina esperando el almuerzo, nos mirabamos y eramos cómplices ante la mirada de muchos. Un día en mi centro de estudios, se celebraba una actividad infantil, estuvimos celebrando, pero un compañero empezó a provocarme con indirectas tontas, me había ganado cierto respeto en mi aula, por eso fui elegida brigadier y a lo mejor eso le incomodaba, él se comportaba de manera extraña a veces asustaba a mis compañeras; no fue exactamente una pelea más si un jalón de manos y nos dimos vueltas hasta ver quién se soltaba y perdía, por un instante lo vi como un juego pero cuando me tomó por los hombros sabía cuál era su juego. La directora nos vio, fuimos a dirección pero salí airosa de áquel problema, sus problemas de conducta lo delataba, la verdad no sentí pena; estaba más preocupada y ansiosa por la hora, la reunión había prolongado la salida.
Al llegar a casa, la encontré en el sofá de mi sala de estar, le platiqué mi supuesta pelea, me escuchó y sentí que me había quitado un peso de encima, me gustaba platicarle mis cosas, porque era la única sin preguntar ¿Por qué? ¿Cómo?, de alguna manera me entendía. Mi mamá se encariñó con ella, al igual que mis hermanos, es que era tan tierna, amorosa y sobretodo HERMOSA. Uno de los momentos más gratos en mi memoria fue una madrugada, mi papá no se quedaba a dormir por una situación de trabajo, entonces, en mi cuarto mi mamá nos acompañó; siempre dormíamos Lucrecia y mi hermana, pero esta vez sería diferente. Las pesadillas lo atormentaban un tiempo, mi hermano pidió refugió en nuestra habitación, en una sola cama estuvimos: Mi mamá, Lucrecia, mis hermanos y Yo. (Fue una de las noches más feliz de mi vida).
Pasaron los meses, algunas cosas cambiaron, a mi corta edad comprendí algunas frases celebres de los adultos “Cuando se enamoran, dejan todo” “Se vuelven sinverguenzas” “El amor los tiene locos”; sabía que las personas grandes se llegaban a enamorar, pensé que a partir de los 18 y luego se casaban porque tenían la necesidad de ya ser padres. Tal vez aún no estaba preparada para eso, sus constantes salidas ocasionaron habladurías en mi casa, me dolía pensar en su enamoramiento, mi hermano manifestó: “Solo falta que salga embarazada”, me asusté al escucharlo pero me callé y no me metí en la conversación.
A los días, recibimos la visita de su enamorado, un rubio de ojos grises, la familia reía con la situación de ambos, mientras mi preocupación aumentaba, tanto es así que hasta llegué al punto de vigilarlos. No concebía la idea de perderla, porque ya no hablabamos como antes, si bien a él lo conocí, no sé si simpatizamos pero Yo hacía lo posible por complacerla; la protección de antes ahora lo recibiría con él, mi miedo fue si la lastimaba como podríamos remediar ese dolor; después de unas semanas nos enteramos que estaba embarazada, todos nos quedamos sorprendidos y aceptamos lo que vendría más adelante.
Con más razón necesitaba cuidados, estuve atenta todo el tiempo, los síntomas se notaban, dormía más, comía más, caminaba poco, no corría, no jugaba y eso me entristeció un poco; mi Lucrecia se convertía en MUJER mientras yo seguía siendo una NIÑA, hormonalmente se adelantó, “Las embarazadas no pueden recibir noticias fuertes” mis anécdotas del colegio tuve que guardármelas. Su novio dejó de ir a la casa, se entendía claramente el abandono, lo odié, su cobardía me dio coraje pero prometí cuidar más que nunca a Lucrecia.
Los gritos eran más intensos, profundos, todos en casa nos despertamos, se veía venir, el parto se aproximaba en minutos; asustados, emocionados, así andabamos todos. No tuvo una barriga grande, lo increíble fue ver salir tres hermosos gatitos (Benito, Candy, Garfield), la segunda era idéntica a su mamá. Con mi hermana hicimos un coche para los bebitos y los paseábamos por las tardes, mientras la mamá reposaba, cansada de darles de lactar; los abrigábamos, los observabamos embobadas, era como nuestros pequeños nietos.
Pasó un año, el gato rubió apareció, creo que llegó a conocer a sus hijos, su visita siempre fue en la azotea, yo meses atrás veía sus citas con Lucrecia, como se abrazaban y besaban, parecían seres humanos. Luego, se esfumó del todo, mi pequeña gatita salía constantemente por las noches, aún siendo Madre necesitaba seguir siendo Mujer; yo rezaba por las noches para que retornara porque se desaparecía por días pedía que no la lastimaran. Ya luego no tendría que preocuparme, parecía que no le importaba salir, mi alegría retornaba, pero me duró poco.
Meses después, su espíritu juguetón fue perdiéndose, no era tan cercana a sus hijos, a veces les hacía cariño y yo amaba esos momentos, la llevamos al veterinario porque nos dimos cuenta que había días en que no podía levantarse muy bien, sus patitas iban perdiendo el sentido del caminar, su médico nos propuso un tratamiento, aceptamos y mensual la llevábamos a sus consultas. Una tarde, el dolor fue intenso, cansada y casi con los ojos llorosos se arrastraba en el piso, presenciando esa escena, estaba a su lado tomándole sus patitas, masajeándola, acariciando sus cachetitos y su barriguita; ya casi todo estaba dicho.
Llamamos con urgencia al veterinario, llegó por la noche habló con mi mamá y mi abuelita, mirando desde lejos con mi hermana, sentíamos una presión fuerte en el pecho, DOLOR; era eso, nos dolía verla tristemente diciéndonos “AYUDENME”, las lágrimas recorrían mis ojos, la impotencia cerraba mis manos y formaban un puño, mi adorable gatita se me iba, le pedía a Dios que no me la quite, era mi única esperanza. Ví como el médico conversaba con ellas, parecían medios tensos, frustrados, tristes, hasta que escuché: “Ya no se puede hacer nada, aplicamos la inyección, todo depende de UDS.” mi corazón se congeló por unos segundos al oír aquella frase.
Grité a más no poder “No se conviertan en ASESINAS”, pero una parte de Mí me decía <Dejala descansar en Paz > y así fue, ella murió viendo unos rostros que a lo mejor no esperaba como últimos, a lo mejor yo debería haber estado ahí, pero era muy niña, temerosa, llorona. Hoy pienso que debí acompañarte hasta el final, perdóname pero aliviaré áquel día, recordandote hasta mis últimos días, porque siempre te Querré, te Adoraré, te Amaré.
Fue muy doloroso verla agonizar, sus hijos escuchando sus gritos, mientras gritaba y lloraba de dolor Yo por dentro, corrí hacia la azotea, quería que el viento despejará mis pensamientos, cerraba los ojos y me venían los mejores recuerdos, las lágrimas recorrían mi rostro, mi corazón adolorido, triste, supo desde ahí lo que era sentir un amor tierno y puro, bajé a despedirme de ella, la ví por última vez, la acaricié por última vez, la besé por última vez; en mi interior me repetía <Jamás te olvidaré, Lucrecia Colmenares de la Vega de las Altas Torres>.